lunes, 4 de mayo de 2009

Masoquismo religioso (santidad y coprofagia)

Los tiempos cambian. En su tiempo estaba bien visto "acercarse a Dios" mediante la tortura del propio cuerpo, flagelándolo, hundiéndolo voluntariamente para forzarlo a la enfermedad, ya que consideraban el sufrimiento como divino y que acercaba a Dios.

Actualmente (sobre todo en los últimos doscientos años) hemos tendido a "maquillar" las biografías de personas antiguas, omitiendo los actos que dan asco en la época actual. Estas biografías "edulcoradas" sin duda son más agradables de leer, pero no deja de ser interesante (como dato histórico) conocer el lado oscuro de algunas de estas vidas.

En este sentido son interesantes libros como "Des saintes coprophages", de Gilles Tétard, libro que no está publicado en español, que yo sepa.

De que el masoquismo religioso tuvo un gran auge en su día, pocas dudas caben. Pero para comprender hasta qué punto era así, dejo unas breves pinceladas extraídas del libro "Nuestro lado oscuro", de Élisabeth Roudinesco:

Margarita María Alacoque (1) afirmaba ser tan delicada que la menor suciedad le revolvía el estómago. Sin embargo, cuando Jesús la llamó al orden, para limpiar el vómito de una enferma no se le ocurrió otra cosa que convertirlo en su alimento. En otra ocasión se introdujo en la boca los excrementos de una disentérica y subrayó que aquel contacto suscitaba en ella una visión de Cristo que la mantenía con los labios pegados a su herida: «Si tuviera mil cuerpos, mil amores, mil vidas, las inmolaría por seros sometida». (2)

(1) Santa Margarita María Alacoque (1647-1690): salesa francesa conocida por sus profundos éxtasis místicos vividos sobre todo en el convento de Paray le Monial.

(2) Nicole Pellegrin, «Corps du commun, usages communs du corps», en Histoire du corps, op. cit., vol. 1, p. 111. Gilles Tétard, «Des saintes coprophages. Souillure et alimentation sacrée en Occident chrétien», en Françoise Héritier y Margarita Xanthakou, Corps et affects, París, Odile Jacobm 2004, pp. 353-364.

Catalina de Siena (3) declaró un día no haber comido nada tan deleitoso como el pus de los pechos de una cancerosa. Y entonces oyó como Cristo le hablaba: «Mi bienamada, has mantenido por mí duros combates y, con mi ayuda, has salido victoriosa. Nunca ma has sido tan querida ni tan grata [...]. No sólo has despreciado los placeres sensuales, sino que has vencido a la naturaleza al beber con alegría, por amor a mí, un horrible brebaje. Pues bien, dado que has realizado un acto que excede la naturaleza, quiero darte un licor que excede la naturaleza». (4)

(3) Santa Catalina de Siena (1347-1380): tras haber permanecido en rebeldía contra su familia, entró en religión en las hermanas de la Penitencia de Santo Domingo. Cultivó los éxtasis y las mortificaciones y fue canonizada en 1461.

(4) Gilles Tétard, «Des saintes coprophages», op. cit. p. 355.


Vemos lo lejos que en algunos casos se llevó el ideal de mortificar el cuerpo, flagelar la carne. En el caso de las flagelaciones, si bien supuestamente la justificación era acercarse a Dios por medio del sufrimiento, con el tiempo se descubrió un placer implícito (de carácter masoquista) inmerso en ello:

Tras haberse considerado un rito de mortificación que perseguía transformar el cuerpo odiado en un cuerpo divino, la flagelación fue asimilada a un acto de desenfreno. Sobre todo por el hecho de que los penitentes -metamorfoseados en adeptos de una sexualidad pervertida- optaban ya no por azotarse la espalda, como quería la antigua tradición, sino la totalidad del cuerpo, y en especial las nalgas, receptáculo por excelencia de una potente estimulación erótica. Por lo demás, experimentaban un placer extremo en dejarse flagelar y azotar por sus íntimos.

En 1700, en su Histoire des flagellants, Boileau subrayó que la flagelación era «sexual» puesto que la «disciplina de la parte inferior [las nalgas] había sustituido a la de la parte superior [la espalda]». Y, para estigmatizarla como una desviación -y ya no sólo como un vicio, en el sentido cristiano del término-, se apoyaba en una obra médica, la primera en su género, dedicada a «el uso de los golpes en materia de sexo». Pero sobre todo denunciaba su feminización, ya que, según afirmaba, por entonces era practicada en secreto en los conventos de mujeres.

De la parte superior a la inferior, y luego de Sodoma a Gomorra, la flagelación, antes acto purificador, ya no era, pues, sino una práctica de placer, centrada en la exaltación del yo. Y fue en esta forma como se generalizó en el siglo XVIII entre los libertinos: Sade, uno de sus más fervientes adeptos, la asociaba con la sodomía.

En fin... A mí me da la impresión de que las autoridades religiosas validaban el flagelamiento cuando lo asociaban con sufrimiento. En cambio lo vieron mal en cuanto se puso en evidencia que podía conducir al placer... «Un ser humano disfrutando de placer, ¡Dios mío, evitémoslo!»...

Al margen de las referencias citadas arriba en las notas, la fuente principal de este post es el libro "Nuestro lado oscuro", de Élisabeth Roudinesco. Editorial Anagrama, 2009. Los dos primeros párrafos rojizos aparecen en la página 28, mientras que los otros tres párrafos rojizos aparecen en las páginas 36 y 37.